martes, abril 11, 2006
Cultura Paracas
Entre el año 900 y el 400 a. de C. floreció otra civilización en la costa sur del Perú, la de Paracas. La cultura de Paracas es conocida sobre todo por sus tejidos, que se han conservado en perfecto estado gracias a la extrema aridez de la zona.
Los muertos eran amortajados con telas y enterrados en tumbas, en las que la sequedad del aire momificaba los cuerpos. Dichas mortajas son de gran interés arqueológico ya que las telas están bordadas, tejidas o pintadas de forma muy elaborada con motivos felinos claramente relacionados con los de Chavín de Huantar, en el altiplano.
También se aprecia una clara influencia chavín, especialmente en lo relacionado con la utilización de la iconografía felina, en las vasijas con forma de efigie halladas en la necrópolis de Paracas.
El estilo general de los objetos producidos en la región costera del sur del Perú se inclina más por los motivos sencillos y angulares que se aprecian en los tejidos de Paracas, que por el detallado realismo y las formas redondeadas de las esculturas de arcilla y de metal características del arte de la zona norte peruana.
Por lo tanto, la decoración de la cerámica de Paracas es muy estilizada, con diseños realizados mediante incisiones, y policromada con colores brillantes. Las vasijas suelen ser de doble pico y base redondeada, en lugar de tener asa de estribo y fondo plano como las de la costa norte.
A finales del Período Formativo Superior (500 a.C) florece en la Península de Paracas una cultura extraordinaria por su gran aporte a la tradición textil peruana. En 1925, el arqueólogo peruano Julio C. Tello descubre en los cementerios de Cerro Colorado y Cavernas cuatrocientos veintinueve fardos funerarios, muchos de los cuales contenían hasta dieciséis mantos además de esclavinas, turbantes, paños y demás adornos de uso personal.
Tello, con base en el patrón de enterramiento, divide a la cultura Paracas en dos épocas. Los tejidos Cavernas se caracterizan por ser de tipo geométrico y rígidos, predominando la técnica de doble tela. En ellos existe aún una fuerte reminiscencia en la representación del felino o seres antropomorfos geometrizados con cabellos serpentiformes.
Los tejidos Necrópolis, en cambio, presentan mayor maestría y delicadeza en los diseños debido a que eran bordados, lo cual permitía obtener hermosos motivos y creaciones llenas de color. Se representa personajes sosteniendo báculos o cabezas trofeo con fajas que atan a su cintura y se transforman en serpientes bicéfalas, con tocados rematados en un cuchillo ceremonial, nariguera, bigotera, etc.
En segundo orden, destacan los diseños naturalistas tomados tanto de flora y fauna tales como: serpientes, aves, felinos, peces, frutos, flores,etc. A esta época corresponden los mantos ceremoniales que se caracterizan por presentar una tela llana base sobre la cual se bordan los motivos decorativos en lana de camélido teñido en la más diversa armonía de colores, haciendo de estos tejidos los más bellos del arte textil precolombino.
La península de Paracas, al Sur del puerto de Pisco, está, hoy totalmente cubierta por la arena y las dunas, es un desierto azotado por el viento, que semeja un país muerto. Las más recientes excavaciones dieron la razón a la señora Carrión Cachot.
Esta investigadora de la arqueología peruana, ya fallecida, afirmó con insistencia que, en épocas antiguas, parte del desierto de Paracas se había convertido en un país fértil, si se hubiera extraído la arena del desierto hasta una cierta profundidad y descubierto así el fondo húmedo. Esta humedad era originada por corrientes subterráneas.
Con anterioridad se habían encontrado ya habitaciones subterráneas en el curso de excavaciones efectuadas por los peruanos en la península de Paracas. Pero las más recientes excavaciones han puesto al descubierto viviendas completas, cubiertas con techo de paja. Se hallaron también cementerios y restos de población.
Desde que Tello visitó varias veces la península, entre los años 1923 y 1925, y descubrió una necrópolis con más de cuatrocientas momias en sus envoltorios funerarios; al aparecer a la luz del día las soberbias mortajas las autoridades peruanas tomaron medidas para que nadie robara tan valiosa propiedad nacional. Hasta hace poco ningún arqueólogo había obtenido licencia para excavar en la península.
Nadie pudo impedir, sin embargo, que los buscadores de tesoros desenterraran piezas de la extraña cerámica de Paracas y momias amortajadas con valiosos tejidos, y los vendieran a altos precios fuera del país. Sin embargo en el mercado artístico apenas han aparecido hasta ahora tejidos de Paracas. Sus elevadísimos precios siguen aumentando constantemente.
Antes de que el nombre de Paracas se conociera fuera del Perú, algunos de sus extraordinarios tejidos habían llegado ya a museos o a manos de coleccionistas. Desde hace muy pocos años se sabe que el llamado estilo de Paracas no es propio únicamente de dicha península sino también de los valles de Nazca e Ica, situados un poco más al Sureste.
Se acostumbran a distinguir dos fases en la cultura Paracas: la de las "cavernas" y la de las "necrópolis". La fase de las "necrópolis" se considera posterior; su denominación se basa en los dos tipos de enterramiento dados a conocer por Tello. Los bordados de los llamados mantos son incomparables por los delicados matices de su colorido. Su color y su calidad, como escribe Junius Bird, uno de los mejores conocedores de los problemas técnicos de la arqueología andina, jamás volvieron a repetirse después.
No puede ponerse en duda la sucesión en el tiempo de "cavernas" y "necrópolis". Es curioso que la fase de las "cavernas" no posea un arte del tejido tan extraordinario, pero haya producido sin embargo una cerámica policromada de gran interés, mientras que en la fase de las "necrópolis" los objetos de barro de color uniforme palidecen frente al esplendor único e inimitable de sus tejidos.
Una gran cantidad de tipos de tejidos eran ya conocidos en las fases "cavernas", entre ellos la estameña, y también los bordados de punto llano con hilos de lana sobre tejido de algodón. Junto a los colores naturales de la lana y el algodón, blanco y pardo, existían dos matices de rojo y un azul verdoso.
La simple pintura sobre tejido de algodón acostumbraba a usarse en una especie de velo que servía de máscara para las momias; la pintura es muy sencilla, en distintos tonos de amarillo o marrón, un poco de rojo y menos azul. Se representaban figuras de dioses o serpientes.
El proceso de preparación más importante para tejer era el hilado de los copos. Prueba de ello es que con simples husos de mano se lograban producir estambres extraordinariamente delgados. Además del algodón se utilizaba ya un poco de lana de llama; su uso aumentó gradualmente, lo cual era señal de crecientes relaciones comerciales con las regiones montañosas, ya que únicamente en ellas viven las diferentes especies de camélidos productores de lana.
Las llamas y las alpacas, los únicos grandes animales domésticos de América, debieron criarse en la Sierra en época relativamente temprana, mientras que la vicuña, más esbelta y elegante, y con mejor lana sólo vivía en estado salvaje.
En la época de los incas se organizaban de uno en otro año cacerías de vicuñas para los emperadores incaicos. Los animales, encerrados en rediles, eran trasquilados y puestos nuevamente en libertad. Su finísima lana se reservaba para el atuendo de los personajes más importantes.
Las tumbas llamadas "cavernas", son cavidades excavadas en las rocas con gran esfuerzo y considerable gasto de energía; la parte superior de estos sepulcros está a veces tapiada y alcanzan una profundidad superior a los siete metros. En el fondo, los pozos se ensanchan formando cámaras funerarias de planta circular. El tipo básico de estas sepulturas era usado también en el Oeste de Méjico, en Colombia y en algunas provincias de la montaña ecuatoriana.
Las primeras tumbas de Paracas, descubiertas por Willian Duncan Strong, en Ocucaje, valle de Ica, en el año 1953, contenían solamente un cadáver y eran fosas estrechas, mucho más sencillas que las descritas, cubiertas con cantos de río circulares o masas de arcilla.
Por el contrario en una sola de las tumbas excavadas en forma de botella y descubiertas en la península de Paracas, se encontraron hasta cincuenta y cinco cadáveres, envueltos en sencillos ropajes de algodón. Se pudo comprobar que en muchos de los cráneos había señales de trepanación, practicada tal vez por razones de magia medicinal.
Se trata de una operación común a varias culturas del mundo antiguo. Los orificios de algunos de estos cráneos de Paracas aparecen cubiertos por una placa de oro. Se encontraron también cuchillos de obsidiana que debieron servir de instrumentos quirúrgicos; con ellos practicaban los médicos-sacerdotes las arriesgadas operaciones.
La conocida necrópolis de la península propiamente dicha posee cámaras subterráneas rectangulares, de las que Tello extrajo, ya en los años veinte, más de cuatrocientas momias ataviadas con riquísimos tejidos. En este lugar se observa una gran pompa en el culto que se tributaba a los muertos, no superada en épocas posteriores de la historia del Perú.
Los vivos parecen haber pasado toda su existencia pensando en la muerte, mientras tejían los delicados mantos o bordaban los dibujos de las grandes mortajas con el típico colorido, de gran belleza ornamental. Casi ninguno de estos vestidos fue llevado en vida, se tenían exclusivamente para los muertos, a veces se confeccionaba repetidas veces una misma prenda para la misma persona.
Las momias, desnudas y en cuclillas, se envolvían en varios ropajes de basto tejido de algodón como si se tratara de las capas de una cebolla, la boca y los ojos se cubrín a menudo con pequeñas placas de oro y los dedos de las manos y pies se ataban con cordones.
Los rostros oscuros se cubrían con polvos de óxido de hierro y adquirían un color de sangre fresca. las cabezas, que se deformaban desde la primera infancia por procedimientos antinaturales, resultaban de una estrechez anormal.
Es posible que antiguamente en la península de Paracas, hoy totalmente desértica, se mecieran al soplo del viento extensos campos de algodón, llenos de flores rojas y amarillas. Sus blancas semillas proporcionaban la materia prima para la gran variedad de vestidos y ropajes funerarios que los indios confeccionaban.
Los "mantos", los grandes sudarios adornados con bordados simbólicos o recamados, son auténticas obras de arte. Su contenido religioso, aparte de otros méritos, los sitúa entre las grandes obras del arte universal.
Se representan seres mitológicos, monstruos, guerreros y danzarines con pequeñas cabezas de enemigos como trofeo de guerra, aves representadas con mayor o menor naturalismo, peces y anfibios junto a extraños engendros propios de la fantasía de un pueblo místico.
Existen demonios que vuelan por el aire, arrojan serpientes por la boca y llevan a menudo coronas en su cabeza, sostienen abanicos de plumas, mazas, carcajes y cuchillos para sacrificios en sus garras de animal. Por todas partes encontramos cabezas cortadas mostrando los dientes; a menudo se simplifican mucho y parecen trofeos mágicos de terribles divinidades.
Hay algo en estos tejidos que posiblemente atrae mucho más a nuestros ojos humanos que a los de los dioses a los que se destinaban; es la riqueza y la armonía de los colores. Tras un minucioso estudio comparativo han podido contarse 190 gradaciones de color y 22 colores diferentes en un sólo manto.
Los colores minerales y vegetales se han conservado casi inalterados. El ritmo de los colores en una sucesión de figuras iguales dentro de un solo tejido, ha sido interpretado por Tello como el simbolismo de un calendario lunar, obedeciendo seguramente a reglas de carácter religioso.
Lo que nosotros suponemos efecto de una intención puramente decorativa, obedecía sin lugar a dudas a un sentimiento religioso. El sentido de la armonía en el color y la composición de las figuras dentro de una tónica es verdaderamente única. Se ha calculado que la confección de estos grandes sudarios debió costar varios años de trabajo.
Los pintores modernos, cuyas obras no se destinan a los muertos ni a los dioses, sino que son producto de un juego individual de sentimientos puramente personales, terminan sus obras en mucho menos tiempo.
En la famosa necrópolis de Paracas sólo se encontraron momias masculinas. ¿Se trata acaso de dignatarios sacerdotales que, en el más allá, servían de abogados ante los dioses? Ubbelohde-Doering fue el primer investigador que expuso con claridad la idea de que los personajes y objetos pintados eran oraciones gráficas, más adelante tendremos ocasión de comprobar la verdad de esta opinión.
Entre las momias se encontraron además algunos envoltorios que no contenían ningún cadáver sino que estaban llenos de habichuelas. El rápido desarrollo de este importantísimo alimento lo convirtió en un símbolo de fecundidad.
Aparecen también en uno de los pocos tejidos de algodón pintado de las necrópolis de Paracas. En él se representa un demonio en figura de felino o un sacerdote ataviado como tal, representado con gran realismo. Las pinturas sobre tejido vuelven a aparecer en épocas posteriores.
La cerámica de la fase de las necrópolis posee una mayor perfección técnica que la de las cavernas; las paredes de las vasijas son más delgadas y mejor cocidas. Un experto (Kroeber) afirma que la producción cerámica de esta época, de color marfileño y sin decoración, "posee una elegancia refinada y muy especial; es el punto final, muerto, de una evolución artística".
Las excavaciones por capas, realizadas por W. D. Strong dieron como resultado el descubrimiento de la prioridad de la cerámica de las cavernas, designada por este investigador con el nombre de "estilo primitivo de Paracas". Esta cerámica inaugura la tradición de la policromía, característica de la cerámica peruana meridional.
Existen botellas de cuello delgado, con o sin asa, bandejas profundas, recipientes con dos caños unidos entre sí por un puente que constituye el asa, y también otras del mismo tipo con una cabeza humana o zoomorfa en lugar de una de las bocas.
Entre las manifestaciones más curiosas de este estilo encontramos toscas figuras de barro llanas y achatadas, decoradas con incisiones, una pintura fría, con los contornos acentuados por gruesas líneas incisas, una especie de "cloisonné", caracteriza y relaciona todas estas formas.
Los colores pastosos, poco brillantes, se aplicaron seguramente en polvo, con un medio de fijación insuficiente, después de la cocción; ello explica su poca estabilidad. El brillo velado de esta decoración posee, sin embargo, un especial encanto. Un rojo profundo, un amarillo oscuro que predomina y un verde oliváceo o azulado constituyen toda la gama. Aparecen también vasijas de color negro, sin decoración.
La frecuente representación de seres mitológicos con rasgos de fiera, sitúa el estilo primitivo de Paracas dentro del Horizonte de Chavín. Además del "cloisonné" existe la decoración puramente geométrica, pintada con la llamada "ténica negativa", resaltan en color claro, que es en realidad el fondo destacado bajo una capa de color pardo oscuro.
En la primitiva cerámica de Paracas alternan muchas veces en un mismo recipiente, la pintura negativa con la decoración positiva, de contornos incisos que antes hemos descrito; mientras que en el estilo posterior se emplea la técnica negativa en muy pocas piezas y, finalmente, siempre sola.
El gusto por las curvas y espirales, típico del estilo Chavín, contrasta con las ornamentaciones angulosas de la cerámica Paracas.
Los muertos eran amortajados con telas y enterrados en tumbas, en las que la sequedad del aire momificaba los cuerpos. Dichas mortajas son de gran interés arqueológico ya que las telas están bordadas, tejidas o pintadas de forma muy elaborada con motivos felinos claramente relacionados con los de Chavín de Huantar, en el altiplano.
También se aprecia una clara influencia chavín, especialmente en lo relacionado con la utilización de la iconografía felina, en las vasijas con forma de efigie halladas en la necrópolis de Paracas.
El estilo general de los objetos producidos en la región costera del sur del Perú se inclina más por los motivos sencillos y angulares que se aprecian en los tejidos de Paracas, que por el detallado realismo y las formas redondeadas de las esculturas de arcilla y de metal características del arte de la zona norte peruana.
Por lo tanto, la decoración de la cerámica de Paracas es muy estilizada, con diseños realizados mediante incisiones, y policromada con colores brillantes. Las vasijas suelen ser de doble pico y base redondeada, en lugar de tener asa de estribo y fondo plano como las de la costa norte.
por el Lic. José manuel Guardia Villar
A finales del Período Formativo Superior (500 a.C) florece en la Península de Paracas una cultura extraordinaria por su gran aporte a la tradición textil peruana. En 1925, el arqueólogo peruano Julio C. Tello descubre en los cementerios de Cerro Colorado y Cavernas cuatrocientos veintinueve fardos funerarios, muchos de los cuales contenían hasta dieciséis mantos además de esclavinas, turbantes, paños y demás adornos de uso personal.
Tello, con base en el patrón de enterramiento, divide a la cultura Paracas en dos épocas. Los tejidos Cavernas se caracterizan por ser de tipo geométrico y rígidos, predominando la técnica de doble tela. En ellos existe aún una fuerte reminiscencia en la representación del felino o seres antropomorfos geometrizados con cabellos serpentiformes.
Los tejidos Necrópolis, en cambio, presentan mayor maestría y delicadeza en los diseños debido a que eran bordados, lo cual permitía obtener hermosos motivos y creaciones llenas de color. Se representa personajes sosteniendo báculos o cabezas trofeo con fajas que atan a su cintura y se transforman en serpientes bicéfalas, con tocados rematados en un cuchillo ceremonial, nariguera, bigotera, etc.
En segundo orden, destacan los diseños naturalistas tomados tanto de flora y fauna tales como: serpientes, aves, felinos, peces, frutos, flores,etc. A esta época corresponden los mantos ceremoniales que se caracterizan por presentar una tela llana base sobre la cual se bordan los motivos decorativos en lana de camélido teñido en la más diversa armonía de colores, haciendo de estos tejidos los más bellos del arte textil precolombino.
La península de Paracas, al Sur del puerto de Pisco, está, hoy totalmente cubierta por la arena y las dunas, es un desierto azotado por el viento, que semeja un país muerto. Las más recientes excavaciones dieron la razón a la señora Carrión Cachot.
Esta investigadora de la arqueología peruana, ya fallecida, afirmó con insistencia que, en épocas antiguas, parte del desierto de Paracas se había convertido en un país fértil, si se hubiera extraído la arena del desierto hasta una cierta profundidad y descubierto así el fondo húmedo. Esta humedad era originada por corrientes subterráneas.
Con anterioridad se habían encontrado ya habitaciones subterráneas en el curso de excavaciones efectuadas por los peruanos en la península de Paracas. Pero las más recientes excavaciones han puesto al descubierto viviendas completas, cubiertas con techo de paja. Se hallaron también cementerios y restos de población.
Desde que Tello visitó varias veces la península, entre los años 1923 y 1925, y descubrió una necrópolis con más de cuatrocientas momias en sus envoltorios funerarios; al aparecer a la luz del día las soberbias mortajas las autoridades peruanas tomaron medidas para que nadie robara tan valiosa propiedad nacional. Hasta hace poco ningún arqueólogo había obtenido licencia para excavar en la península.
Nadie pudo impedir, sin embargo, que los buscadores de tesoros desenterraran piezas de la extraña cerámica de Paracas y momias amortajadas con valiosos tejidos, y los vendieran a altos precios fuera del país. Sin embargo en el mercado artístico apenas han aparecido hasta ahora tejidos de Paracas. Sus elevadísimos precios siguen aumentando constantemente.
Antes de que el nombre de Paracas se conociera fuera del Perú, algunos de sus extraordinarios tejidos habían llegado ya a museos o a manos de coleccionistas. Desde hace muy pocos años se sabe que el llamado estilo de Paracas no es propio únicamente de dicha península sino también de los valles de Nazca e Ica, situados un poco más al Sureste.
Se acostumbran a distinguir dos fases en la cultura Paracas: la de las "cavernas" y la de las "necrópolis". La fase de las "necrópolis" se considera posterior; su denominación se basa en los dos tipos de enterramiento dados a conocer por Tello. Los bordados de los llamados mantos son incomparables por los delicados matices de su colorido. Su color y su calidad, como escribe Junius Bird, uno de los mejores conocedores de los problemas técnicos de la arqueología andina, jamás volvieron a repetirse después.
No puede ponerse en duda la sucesión en el tiempo de "cavernas" y "necrópolis". Es curioso que la fase de las "cavernas" no posea un arte del tejido tan extraordinario, pero haya producido sin embargo una cerámica policromada de gran interés, mientras que en la fase de las "necrópolis" los objetos de barro de color uniforme palidecen frente al esplendor único e inimitable de sus tejidos.
Una gran cantidad de tipos de tejidos eran ya conocidos en las fases "cavernas", entre ellos la estameña, y también los bordados de punto llano con hilos de lana sobre tejido de algodón. Junto a los colores naturales de la lana y el algodón, blanco y pardo, existían dos matices de rojo y un azul verdoso.
La simple pintura sobre tejido de algodón acostumbraba a usarse en una especie de velo que servía de máscara para las momias; la pintura es muy sencilla, en distintos tonos de amarillo o marrón, un poco de rojo y menos azul. Se representaban figuras de dioses o serpientes.
El proceso de preparación más importante para tejer era el hilado de los copos. Prueba de ello es que con simples husos de mano se lograban producir estambres extraordinariamente delgados. Además del algodón se utilizaba ya un poco de lana de llama; su uso aumentó gradualmente, lo cual era señal de crecientes relaciones comerciales con las regiones montañosas, ya que únicamente en ellas viven las diferentes especies de camélidos productores de lana.
Las llamas y las alpacas, los únicos grandes animales domésticos de América, debieron criarse en la Sierra en época relativamente temprana, mientras que la vicuña, más esbelta y elegante, y con mejor lana sólo vivía en estado salvaje.
En la época de los incas se organizaban de uno en otro año cacerías de vicuñas para los emperadores incaicos. Los animales, encerrados en rediles, eran trasquilados y puestos nuevamente en libertad. Su finísima lana se reservaba para el atuendo de los personajes más importantes.
Las tumbas llamadas "cavernas", son cavidades excavadas en las rocas con gran esfuerzo y considerable gasto de energía; la parte superior de estos sepulcros está a veces tapiada y alcanzan una profundidad superior a los siete metros. En el fondo, los pozos se ensanchan formando cámaras funerarias de planta circular. El tipo básico de estas sepulturas era usado también en el Oeste de Méjico, en Colombia y en algunas provincias de la montaña ecuatoriana.
Las primeras tumbas de Paracas, descubiertas por Willian Duncan Strong, en Ocucaje, valle de Ica, en el año 1953, contenían solamente un cadáver y eran fosas estrechas, mucho más sencillas que las descritas, cubiertas con cantos de río circulares o masas de arcilla.
Por el contrario en una sola de las tumbas excavadas en forma de botella y descubiertas en la península de Paracas, se encontraron hasta cincuenta y cinco cadáveres, envueltos en sencillos ropajes de algodón. Se pudo comprobar que en muchos de los cráneos había señales de trepanación, practicada tal vez por razones de magia medicinal.
Se trata de una operación común a varias culturas del mundo antiguo. Los orificios de algunos de estos cráneos de Paracas aparecen cubiertos por una placa de oro. Se encontraron también cuchillos de obsidiana que debieron servir de instrumentos quirúrgicos; con ellos practicaban los médicos-sacerdotes las arriesgadas operaciones.
La conocida necrópolis de la península propiamente dicha posee cámaras subterráneas rectangulares, de las que Tello extrajo, ya en los años veinte, más de cuatrocientas momias ataviadas con riquísimos tejidos. En este lugar se observa una gran pompa en el culto que se tributaba a los muertos, no superada en épocas posteriores de la historia del Perú.
Los vivos parecen haber pasado toda su existencia pensando en la muerte, mientras tejían los delicados mantos o bordaban los dibujos de las grandes mortajas con el típico colorido, de gran belleza ornamental. Casi ninguno de estos vestidos fue llevado en vida, se tenían exclusivamente para los muertos, a veces se confeccionaba repetidas veces una misma prenda para la misma persona.
Las momias, desnudas y en cuclillas, se envolvían en varios ropajes de basto tejido de algodón como si se tratara de las capas de una cebolla, la boca y los ojos se cubrín a menudo con pequeñas placas de oro y los dedos de las manos y pies se ataban con cordones.
Los rostros oscuros se cubrían con polvos de óxido de hierro y adquirían un color de sangre fresca. las cabezas, que se deformaban desde la primera infancia por procedimientos antinaturales, resultaban de una estrechez anormal.
Es posible que antiguamente en la península de Paracas, hoy totalmente desértica, se mecieran al soplo del viento extensos campos de algodón, llenos de flores rojas y amarillas. Sus blancas semillas proporcionaban la materia prima para la gran variedad de vestidos y ropajes funerarios que los indios confeccionaban.
Los "mantos", los grandes sudarios adornados con bordados simbólicos o recamados, son auténticas obras de arte. Su contenido religioso, aparte de otros méritos, los sitúa entre las grandes obras del arte universal.
Se representan seres mitológicos, monstruos, guerreros y danzarines con pequeñas cabezas de enemigos como trofeo de guerra, aves representadas con mayor o menor naturalismo, peces y anfibios junto a extraños engendros propios de la fantasía de un pueblo místico.
Existen demonios que vuelan por el aire, arrojan serpientes por la boca y llevan a menudo coronas en su cabeza, sostienen abanicos de plumas, mazas, carcajes y cuchillos para sacrificios en sus garras de animal. Por todas partes encontramos cabezas cortadas mostrando los dientes; a menudo se simplifican mucho y parecen trofeos mágicos de terribles divinidades.
Hay algo en estos tejidos que posiblemente atrae mucho más a nuestros ojos humanos que a los de los dioses a los que se destinaban; es la riqueza y la armonía de los colores. Tras un minucioso estudio comparativo han podido contarse 190 gradaciones de color y 22 colores diferentes en un sólo manto.
Los colores minerales y vegetales se han conservado casi inalterados. El ritmo de los colores en una sucesión de figuras iguales dentro de un solo tejido, ha sido interpretado por Tello como el simbolismo de un calendario lunar, obedeciendo seguramente a reglas de carácter religioso.
Lo que nosotros suponemos efecto de una intención puramente decorativa, obedecía sin lugar a dudas a un sentimiento religioso. El sentido de la armonía en el color y la composición de las figuras dentro de una tónica es verdaderamente única. Se ha calculado que la confección de estos grandes sudarios debió costar varios años de trabajo.
Los pintores modernos, cuyas obras no se destinan a los muertos ni a los dioses, sino que son producto de un juego individual de sentimientos puramente personales, terminan sus obras en mucho menos tiempo.
En la famosa necrópolis de Paracas sólo se encontraron momias masculinas. ¿Se trata acaso de dignatarios sacerdotales que, en el más allá, servían de abogados ante los dioses? Ubbelohde-Doering fue el primer investigador que expuso con claridad la idea de que los personajes y objetos pintados eran oraciones gráficas, más adelante tendremos ocasión de comprobar la verdad de esta opinión.
Entre las momias se encontraron además algunos envoltorios que no contenían ningún cadáver sino que estaban llenos de habichuelas. El rápido desarrollo de este importantísimo alimento lo convirtió en un símbolo de fecundidad.
Aparecen también en uno de los pocos tejidos de algodón pintado de las necrópolis de Paracas. En él se representa un demonio en figura de felino o un sacerdote ataviado como tal, representado con gran realismo. Las pinturas sobre tejido vuelven a aparecer en épocas posteriores.
La cerámica de la fase de las necrópolis posee una mayor perfección técnica que la de las cavernas; las paredes de las vasijas son más delgadas y mejor cocidas. Un experto (Kroeber) afirma que la producción cerámica de esta época, de color marfileño y sin decoración, "posee una elegancia refinada y muy especial; es el punto final, muerto, de una evolución artística".
Las excavaciones por capas, realizadas por W. D. Strong dieron como resultado el descubrimiento de la prioridad de la cerámica de las cavernas, designada por este investigador con el nombre de "estilo primitivo de Paracas". Esta cerámica inaugura la tradición de la policromía, característica de la cerámica peruana meridional.
Existen botellas de cuello delgado, con o sin asa, bandejas profundas, recipientes con dos caños unidos entre sí por un puente que constituye el asa, y también otras del mismo tipo con una cabeza humana o zoomorfa en lugar de una de las bocas.
Entre las manifestaciones más curiosas de este estilo encontramos toscas figuras de barro llanas y achatadas, decoradas con incisiones, una pintura fría, con los contornos acentuados por gruesas líneas incisas, una especie de "cloisonné", caracteriza y relaciona todas estas formas.
Los colores pastosos, poco brillantes, se aplicaron seguramente en polvo, con un medio de fijación insuficiente, después de la cocción; ello explica su poca estabilidad. El brillo velado de esta decoración posee, sin embargo, un especial encanto. Un rojo profundo, un amarillo oscuro que predomina y un verde oliváceo o azulado constituyen toda la gama. Aparecen también vasijas de color negro, sin decoración.
La frecuente representación de seres mitológicos con rasgos de fiera, sitúa el estilo primitivo de Paracas dentro del Horizonte de Chavín. Además del "cloisonné" existe la decoración puramente geométrica, pintada con la llamada "ténica negativa", resaltan en color claro, que es en realidad el fondo destacado bajo una capa de color pardo oscuro.
En la primitiva cerámica de Paracas alternan muchas veces en un mismo recipiente, la pintura negativa con la decoración positiva, de contornos incisos que antes hemos descrito; mientras que en el estilo posterior se emplea la técnica negativa en muy pocas piezas y, finalmente, siempre sola.
El gusto por las curvas y espirales, típico del estilo Chavín, contrasta con las ornamentaciones angulosas de la cerámica Paracas.