miércoles, septiembre 20, 2006
Una 2da. Oportunidad Tampoco Alcanza
Reencarnación instantánea, karma a botonera, Matrix de escritorio, eso es Second Life ( www.secondlife.com ), el juego de rol masivo en Internet -creado por Linden Laboratories- donde no hay que destripar monstruos ni librar batallas intergalácticas.
En Second Life , paradoja previsible, sólo se trata de vivir. Se relaciona uno con personas (es un decir), se compra, se vende, se edita el aspecto del avatar para construir esa personalidad digital residual de la que habla Morpheus a poco de rescatar a Neo del sueño inducido por las máquinas.
Second Life tiene hoy una población de más de 700.000 personas, que aparecen en pantalla como avatares en un vasto mundo 3D.
Se gastan por día más de 300.000 dólares. Existe, es más, un sitio de argentinos que participan del juego ( http://argentinosensl.blogspot.com ), cuyo fundador creó una remera con la bandera nacional para reconocer compatriotas en el universo paralelo de Linden; la palabra metaverso , que sería lo más correcto, suena algo mal en porteño, aunque no carente de adecuada ironía.
Ironía, debo decir, que golpeó a los habitantes de la segunda vida como suele hacerlo en la primera: aprovechando una vulnerabilidad del sitio, unos piratas informáticos se robaron datos sensibles de -se estima- 500.000 usuarios, aunque no -asegura Linden- sus números de tarjeta de crédito. Virtualmente, un alivio.
Es que la segunda vida también tiene su costo: 72 dólares anuales por una cuenta Premium. Uno puede participar gratis, desde luego, pero esto impone algunas limitaciones porque, entre otras cosas, la tierra (virtual) cotiza.
Las cuentas gratis sólo pueden alquilar (casi parece una burla), y no es cosa de volverse un e-homeless justo ahí donde uno soñaba con llegar a propietario.
Entré en Second Life una mañana hace tres o cuatro días. El programa cliente ocupa unos 25 megabytes, se requiere una tarjeta de video promedio, todo es muy fácil de usar y el mundo (virtual, real, ¿acaso importa?) es definitivamente un pañuelo.
Un minuto después de aparecer en pantalla como un sujeto de remera blanca y jeans que distaba mucho de parecerse a mí, edité un poco mi look ( vanitas vanitatis ) y luego procedí a saludar gente a troche y moche, a ver qué pasaba. Es como el chat, no hay que hablar realmente.
Finalmente, alguien me respondió y empezamos a conversar en inglés. Un inglés raro, me pareció. Le pregunté de dónde era. De España, me dijo, y cambiamos a nuestro idioma.
Y adivine qué. Los siguientes diez minutos me los pasé dándole instrucciones sobre el uso de la interfaz de Second Life y consejos para que su ordenador funcionara mejor.
Marche una tercera vida, por favor.
Por Eduardo Dahl
La Nación.